jueves, 20 de mayo de 2010




Los anteojos mágicos


Don Inocencio vivía en el campo.

Un día le llegó una carta de su hijo que estaba en la ciudad.

Don Inocencio fue al pueblo y le pidió al cura:

--Padre, ¿quiere hacer el favor de leerme esta carta?

--Sí, hijo. Espera que voy a buscar los anteojos.

Los trajo, se los puso y le leyó la carta.

--Muchas gracias, Padre- dijo don Inocencio-. Y se despidió. Mientras iba para su campito, pensaba:

--¡Qué comodidad tener unos anteojos que hagan leer! ¡Yo nunca hubiera pensado que hubiera una cosa así! ¡Ah, pero en cuanto vaya a la ciudad me compraré un par!

Pasó algún tiempo hasta que un día don Inocencio tuvo que ir a la ciudad. Entonces fue a la casa de un óptico y le dijo:

--Necesito un par de anteojos para leer.

El óptico empezó a probarle los anteojos que tenía. Por cada par que le ponía, le daba un periódico y le preguntaba:

--¿Estos van bien?

--No, veo nublado.

--¿Y estos?

--Como ver, veo. Pero lo que dice el diario no lo distingo. El pobre óptico se cansó de probarle todos los anteojos que tenía en venta, pero ninguno permitía leer a don Inocencio. Al fin perdió la paciencia y le preguntó:

--Pero, dígame: ¿usted sabe o no sabe leer?

--¿Y usted qué se cree? ¡Si yo supiera leer, no vendría a comprar sus anteojos!

El óptico no tuvo más remedio que reírse ante tanta inocencia.

--Anteojos de esa clase, vaya a buscarlos a la escuela. ¡Los tiene el maestro! –le dijo riendo.

(Cuento popular italiano)

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