Los anteojos mágicos
Don Inocencio vivía en el campo.
Un día le llegó una carta de su hijo que estaba en la ciudad.
Don Inocencio fue al pueblo y le pidió al cura:
--Padre, ¿quiere hacer el favor de leerme esta carta?
--Sí, hijo. Espera que voy a buscar los anteojos.
Los trajo, se los puso y le leyó la carta.
--Muchas gracias, Padre- dijo don Inocencio-. Y se despidió. Mientras iba para su campito, pensaba:
--¡Qué comodidad tener unos anteojos que hagan leer! ¡Yo nunca hubiera pensado que hubiera una cosa así! ¡Ah, pero en cuanto vaya a la ciudad me compraré un par!
Pasó algún tiempo hasta que un día don Inocencio tuvo que ir a la ciudad. Entonces fue a la casa de un óptico y le dijo:
--Necesito un par de anteojos para leer.
El óptico empezó a probarle los anteojos que tenía. Por cada par que le ponía, le daba un periódico y le preguntaba:
--¿Estos van bien?
--No, veo nublado.
--¿Y estos?
--Como ver, veo. Pero lo que dice el diario no lo distingo. El pobre óptico se cansó de probarle todos los anteojos que tenía en venta, pero ninguno permitía leer a don Inocencio. Al fin perdió la paciencia y le preguntó:
--Pero, dígame: ¿usted sabe o no sabe leer?
--¿Y usted qué se cree? ¡Si yo supiera leer, no vendría a comprar sus anteojos!
El óptico no tuvo más remedio que reírse ante tanta inocencia.
--Anteojos de esa clase, vaya a buscarlos a la escuela. ¡Los tiene el maestro! –le dijo riendo.
(Cuento popular italiano)
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